Diálogo

Si nos fijamos en nuestra vida de pareja, en la calidad del diálogo entre nosotros hoy, en la capacidad de comprensión, en la paciencia con nuestros errores y aquellos de los demás, en la ternura por las manías recíprocas, nos sonreímos, y somos un poco incrédulos, e incluso nos guiñamos un ojo y nos decimos con sinceridad: «si fue posible para nosotros, entonces puede ser posible para todos».

Las decisiones decisivas en nuestras vidas las hemos tomado de forma un poco inconscientes. Cuando nos casamos éramos jóvenes y no teníamos ni la más mínima idea de las normas básicas relacionales. Incluso cuando empezamos nuestra aventura con el Padre Doménico, con el inicio de la Comunidad Vía Pacis, no es que fuéramos más conscientes o tuviéramos las ideas más claras.

Obviamente, surgieron malentendidos, interpretaciones erróneas y expectativas imposibles e irrealizables. La solución debería haber sido el «diálogo».

Pero, ¿podría convertirse la solución en un agravamiento del problema?

En estos años, ¿cuántos libros, artículos y revistas especializadas se han escrito sobre este tema? ¿Cuántas reglas de oro, cuántas recetas de mucho suceso, cuántos caminos a seguir con un objetivo determinado, cuántas técnicas milagrosas?

Sin las condiciones adecuadas, incluso el diálogo se convierte en un ring en el que la gente se pelea y buscar la santa razón. Se convierte en un ping-pong en el que se intercambian las mismas acusaciones, casi con las mismas palabras y las mismas bromas, para reclamar supuestos derechos o agravios. Y la famosa frase «tenemos que hablar» se convierte en el “coco” del que se huye a la primera oportunidad.

Para entendernos, no basta con hablarnos.

Estamos bastante desencantados con las soluciones fáciles, sobre todo, nos mortificamos especialmente cuando se utiliza un buen medio para un falso fin. O cuando se invoca la búsqueda del bien de la relación para vomitar lo que nos queda en el estómago. O cuando, con el pretexto de la sinceridad, nos despedazamos unos a otros.

«Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, procurad al menos no destruiros del todo» (Gal 5,15).

El diálogo es la regla de oro de cada relación, «pero requiere un aprendizaje largo y exigente «, escribe el Papa Francisco. Además de un difícil pre-requisito: la humildad, es decir, la visión correcta de uno mismo con riquezas y pobrezas, fortalezas y debilidades. Humildad que también proviene de haber identificado claramente nuestros errores y defectos, de haber revisado nuestra historia personal y así haber limpiado nuestros ojos para poder evitar proyectar en el otro lo que nos pertenece. Además de esto, debemos ser conscientes de que un diálogo eficaz y fructífero siempre exigirá renunciar a algo, exigirá dar un paso atrás, un perder para reencontrar.

Así, por ensayo y error, aprenderemos a conjugar diálogo y amor, ese amor que toma fuerza de Dios y reconoce en todo y en todos a Dios mismo.

Y tomaremos conciencia de un diálogo que nos precede, de un agua viva presente en nosotros que sólo necesitaba ser escuchada: el diálogo entre Dios y su criatura.

 

Eliana e Paolo Maino, fundadores de la Asociación Via Pacis

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